EL OCASO - Relato corto
Esta es una historia que deja de relieve algo que nos ata a
todos los humanos: nuestra sed por dar una explicación a todo lo que nos rodea.
El ocaso narra la
historia de una humanidad llegando a un final anunciado, donde sus últimos
integrantes ya casi han colonizado todo lo alcanzable, adquirido todos los
saberes y descubierto todo lo desconocido. Buscando eso que siempre buscamos y
donde obtenemos el resultado de esa sed que nos une.
EL OCASO
Ella no paraba de buscar argumentos,
Él había empeorado su estado progresivamente en las
últimas semanas y su piel se transparentaba permitiendo ver con toda claridad
las venas principales y cada una de sus ramificaciones. ¿Por qué la vida de los
humanos desaparecía con esa facilidad?
Durante los últimos siglos la
especie había logrado desarrollar propulsores que la llevarían a navegar todos
los rincones del espacio y el tiempo, adentrarse a galaxias con más soltura de
la que tuvo Colón al cruzar el Atlántico por primera vez, y conocer dimensiones
que ni siquiera habían logrado imaginar los seres más creativos de la
humanidad.
El camino nunca estuvo claro,
siempre se había visto el siguiente paso justo antes de darlo. Los científicos
se habían acostumbrado a no determinar las características de algo descubierto
hasta no haberlo apreciado empíricamente. Tal es así, que cuando se descubrió
el primer planeta dentro de la galaxia aparentemente habitable para los humanos
y enviaron colonias a habitar puntos estratégicos del nuevo mundo, no tardaron
en descubrir que virus indetectables por los métodos convencionales enfermaban
a los colonos, que fallecían entre calambres musculares, ojos solidificados de
la noche a la mañana, cambios en el color del pelo, la repentina caída de las
uñas y un sinfín de patologías que acentuaban la imperfección de la anatomía
humana.
La solución no tardó en llegar, el
planeta fue totalmente desinfectado a través de gases nocivos a los organismos
que enfermaban a los humanos, indiferentemente de que éstos también cooperasen
a la existencia de la vida autóctona.
Ella recordaba estas historias de
cómo el Hombre había colonizado todo lo alcanzable por sus manos y aun así no
había logrado dar con una civilización extraterrestre con uso de la razón, como
había soñado tantos siglos previos al desarrollo de la navegación espacial.
También recordaba con una nostalgia inventada el mundo natal de su especie, el
planeta Tierra, despoblado hacía siglos por la polución y lo ineficiente de su
actualización. <¨Era más conveniente
comenzar de cero en los nuevos mundos que intentar rectificar el viejo¨>,
se decían a sí mismos los libros de historia que se leían desde que los niños
comenzaban a caminar.
Él seguía inconsciente en su litera,
la mejor de la nave, inmune a los pensamientos que atormentaban a su compañera
de viaje. Los controles marcaban los problemas en los diferentes sistemas que
permitían el normal funcionamiento del transporte que llevaba a la tripulación
de dos personas al mítico planeta origen de la especie.
El reloj marcaba el mediodía
universal, ese momento que muchos siglos atrás se había establecido como el
mediodía del observatorio de Greenwich, y mostraba una cuenta regresiva en la que
se señalaba el momento preciso en el que se produciría el arribo a la Tierra.
Ella se sentía mareada hacía horas, su mente y su cuerpo se habían estado
ralentizando con el paso de los minutos. Sosteniendo en sus manos una tabla de
cristal recitó en un tono débil pero nítido <reflectunt>, obteniendo en ese momento su propia imagen
reproducida en la superficie con una definición que superaba aun la que sus
ojos podían percibir. Su aspecto era a juicio propio, deplorable y sus
pensamientos eran los de una fatigada humana acompañada por un moribundo humano
rumbo a algo que tenía la sensación de conocer, aun sin nunca haberlo
percibido.
El viaje a la Tierra lo habían
planificado con mucha antelación, sin saber que Él sufriría Eso. La decadencia
de su cuerpo se los hizo notar a pocos días de comenzada la travesía para
llegar a la Tierra. Su visión se acortaba, sus articulaciones eran débiles y
torpes, su piel se transparentaba con el correr de las semanas, tal y como les
había sucedido a todos los fallecidos en los últimos años.
La humanidad entendió hacía no mucho
que había llegado su fin, casi como una de las plagas que invadieron al Antiguo
Egipto, Eso empezó a invadir los cuerpos y las mentes de los únicos seres del
universo con la capacidad de razonar hasta hacerlos desaparecer.
Las personas se derrumbaban física y
espiritualmente hasta morir. En un comienzo sospecharon que era algún tipo de
ataque biológico masivo que se había disparado simultáneamente en centenares de
planetas infectando solo a los humanos. Alguna resurrección del terrorismo
intergaláctico que tanto tiempo retrasó los planes de la especie por colonizar
cada rincón conocido y por conocer. Pero el tiempo transcurrió y Eso seguía
apareciendo deliberadamente en distintos lugares del cosmos donde se
encontraran personas, sin nada que pueda relacionársele. No pudieron atribuir
su existencia al ambiente, ya que su presencia se diversificaba desde selvas a
temperaturas bajo cero en el planeta Zorlak, hasta desiertos de vidrio del
tamaño de continentes en las lunas de los planetas más cercanos a la estrella
Antares. Tampoco podían relacionarlo a un virus propagado accidentalmente por
uno de los tantos laboratorios en los diferentes sistemas de nuestro universo,
ni a los particulares fenómenos electromagnéticos causados en otros tiempos por
corrientes cósmicas provenientes de las fronteras de contacto entre cada
una de las casi 942 mil galaxias que
componen nuestro universo.
Durante décadas la humanidad vio
como por primera vez en milenios, los fallecidos superaban en cantidad a los
nacidos sin poder hacer nada al respecto. Las ciudades se fueron despoblando,
las naciones no tardaron en adoptar la anarquía como única forma posible de
mantener a salvo a los ciudadanos. ¿Qué ciudadano podría peligrar si de un día
para el otro dejase de existir la ciudadanía?
Los estados comenzaron por dejar las
pocas regulaciones que se le adjudicaban sobre los individuos, como la
imposibilidad de comercializar ciertos químicos nocivos a la salud humana o la
caza de alguna especie en peligro de extinción. Este proceso no se detuvo hasta
la misma eliminación de todos los sistemas de seguridad y justicia, dejando al
libre albedrio de la mermada población el deseo de hacer con sus semejantes
aquello que se les plazca. No tardaron en aparecer robos, violaciones y
asesinatos que no encontraban ningún organismo ni entidad en donde ser
denunciados.
Inmediatamente apareció la mano
invisible del sentido común para someter al juicio popular los delitos
considerados inmorales u ofensivos, llegando a castigar duramente hechos tan
aberrantes para el pueblo como la elaboración de comidas con mal sabor o poner
en duda la capacidad de las multitudes para juzgar y castigar a un individuo.
Ella verificaba las correcciones a
los rumbos que se efectuaban constantemente en la nave para esquivar objetos
peligrosos que deambulan en el frio y caótico espacio exterior, cuando siente
la presencia de Él en su espalda.
Sus ojos estaban más saltones de lo
que recordaba, su cara expresaba todos los síntomas del agotamiento más extremo
que puede soportar un hombre, y sin embargo, ahí se encontraba, parado enfrente
de ella, mirándola fijamente esperando información.
_ Llegaremos en seis horas si
no se multiplican las correcciones de rumbo esperadas por los escombros
espaciales.
Él no respondió, la miró fijamente
unos segundos más y volvió a recostarse como un trozo de tela que cae en el
suelo sin las alteraciones del viento.
¿Qué haría cuando Él ya no estuviera
con ella? Hacía mucho que se preguntaba sobre el sentido de seguir
perteneciendo a este mundo aun siendo el único ser humano con vida, pero hacía
ya tiempo que era la única humana con vida, hacia algo más de tiempo, la única
persona de su edad con vida y hacia aún mucho más tiempo, la única persona de
su etnia con vida.
¿Acaso no era desde su nacimiento,
el único ser humano de su tipo? ¿No era ya única e irrepetible veintiséis años
atrás, el día que vio la luz artificial del cubículo donde vino al mundo? Nada
cambiaba ahora, seguiría siendo única en este mundo y ya no se encontraría sola
por gusto y decisión propia, sino por obligación.
El aire aumentaba su densidad a cada
instante, por momentos el mareo y el desconcierto se apoderan de ella. El
temporizador marcaba cinco horas con treinta y cuatro minutos para llegar al
ancestral planeta Tierra, y cada vez que pestañaba en su estado moribundo, en
el reloj pasaban horas. Así fue como después de un pestañeo faltaban menos de
cuatro horas, luego solo dos y al momento solo faltaba un puñado de minutos.
Ella se encontraba recostada en el
piso de la nave, con la cabeza en posición poco ortodoxa. Abrió los ojos en
medio de un gran alboroto. Algo estaba sucediendo. El andamiaje estaba
terminando de aterrizar sobre la superficie del planeta y se había encargado de
encontrar una lo suficientemente irregular como para despertarla de su
involuntario sueño.
Inmediatamente fue en busca de Él.
Habían llegado al mismo origen de su especie, y querían que ésta, encuentre su
final en ese mismo lugar.
Entró a la cavidad donde se situaban
los lugares de descanso al grito de <
¡llegamos! > . Pero no encontró respuesta. Solo un puñal de sal
distribuido en el suelo ya polvoriento, una humedad al borde de la condensación
acumulada en el centro del lugar y un pánico que la inmovilizó en cuerpo y
espíritu. Allí supo que jamás volvería a ver a otra persona.
Un relator faltaría a los hechos si
dijera que lo que presenciaba era el llanto de una mujer sola en el comienzo
del mundo. Los ojos de ella jamás se enteraron de las lágrimas que brotaban sin
previo aviso y se deslizaban por su cara para llegar al piso.
Pero los sensores habían determinado
que el aire era respirable y las compuertas de la nave ya se habían abierto. No
tenía opciones ni obligaciones, solo quedaban en ella ganas de cumplir los
deseos de Él y esas ganas ya se habían esfumado junto con su compañero de
viaje.
Con solo asomarse rememoró como
antaño sus antepasados terrestres habían sido encandilados por esa pequeña
esfera compuesta de hidrógeno y helio llamada Sol. Quien diría que mucho tiempo
después sus descendientes ni siquiera se inmutarían con estrellas del tamaño
del mismo sistema solar.
Poco le importaba el Sol -que no era
más que una versión reducida de tantas otras luces que se ven a menudo en el
universo- a comparación del cielo celeste autóctono, con pequeños cúmulos de
vapor flotando arbitrariamente. Tanta luz innecesaria en la atmosfera le
impedía ver los puntos de luz que decoran el inmenso vacío del espacio,
aquellas referencias que tanto sirvieron para guiar los destinos de la
humanidad en tiempos pasados.
Sin embargo, la falta de estrellas
le permitía ver su realidad de peatón en un rincón inhóspito del universo, en
un planeta artificialmente inmóvil, para caer en la cuenta de que estaba en una
vieja ciudad consumida por una naturaleza hiperquinética.
Las ruinas de los edificios
neoclásicos se asemejaban a las recreaciones de las primeras guerras mundiales,
con la diferencia de haber cambiado la furia de los bombarderos por la invasión
de insectos, árboles, arbustos y todo tipo de grandes y pequeños animales. Las
edificaciones corrían unas pegadas a las otras en hileras enfrentadas cuyo
espacio central hacía las veces de calle. Ella no se sentía sorprendida de ver
frutas, arañas, flores, palomas o ratas en lo absoluto, aun sin nunca antes
haberlos visto más que en fotos o videos. Como si todos los siglos de la
espacie fuera de su hogar natal no hubiesen podido desmantelar la memoria que
está impregnada en el material genético de todos.
En medio del camino se cruzó con un
volumen de arbustos que contrastaban con un artefacto metálico entre sus ramas.
Abriéndose paso entre los rígidos trozos de madera, proceso en el cual se cortó
más de una vez, logro llegar al codiciado objeto. Ovalado, oxidado, cóncavo,
como si fuera un gran tazón metálico castigado por las inclemencias de la
naturaleza.
Sus piernas ya no le respondían del
agotamiento, subió uno de sus pies y con esfuerzo se recostó encima de la
concavidad. Ahí lo supo, ¡se había acostado en una bañera!
Estaba sucediendo de nuevo, los ojos
le pesaban como nunca antes y las venas de sus brazos se veían tanto como las
fibras de sus músculos. En un atisbo de consciencia alcanzó a ver una pareja de
simios hurgando entre las ramas de un árbol que crecía sobre el techo de una
vieja casona. Cuando uno de ellos sustrajo del penetrante verde de las hojas
una fruta, una manzana. El animal no tardó en lucir su descubrimiento con su
compañero entre alaridos de una emoción impropia de la mayoría de animales.
Rememorar las emociones que alguna vez percibió de los humanos era para Ella un
atropello de esperanza, algo casi provocador para el momento que estaba
pasando. A una sensación de nostalgia la sucedió una de enojo, de una ira que
se le hacía inexplicable. Siempre habíamos encontrado la manera de evitar lo
que parecía inevitable, pero Ella, la última de los humanos vivos, no lograba
evitar lo que estaba sintiendo. Envidia. Arrancó unas ramas secas de los
pastizales que la rodeaban y los arrojó con todas sus fuerzas hacia la pareja
de primates, lejos de llegar a ellos, logró su cometido, espantarlos.
Si ella aun existiera, podría decir que lo último que se reprodujo en su
cabeza fue la imagen de un cielo tan celeste como los de la prehistoria y un
descubrimiento tan fugaz y preciso que lo hizo desaparecer todo.
Descubrió que el destino de los
humanos nunca estuvo vinculado a lo que sabían, sino a lo que les faltaba
descubrir y ya solo quedaba una cosa por saber. Supo mientras lo hacía que
jamás saldría de esa bañera y nunca volvería a ver las estrellas, porque estaba
destinada a ser el espécimen que adquiriría el último de los conocimientos,
aquel que provocaría su extinción, y es que la humanidad se acabaría cuando ya
nada quede para conocer, cuando ya todo esté comprendido y pierda justificación
la existencia de seres con uso de la razón.
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